jueves, 2 de enero de 2014

Zúngaro



Allá en la desembocadura del río Tocache, donde se vierten y mezclan sus aguas frías y claras con las turbias y marrones del río Huallaga, se forma un gran remolino que ha excavado el lecho de la desembocadura volviéndola muy profunda.  En el remolino abundan sábalos, boquichicos, piñacunches, toas, palometas, lisas, anchovetas y anguilas. Allí en medio a ese cardumen habita a sus anchas el Zúngaro, un bagre gigante de cabeza achatada, de ojos dorsales y pequeños, cuatro hilachas largas y redondas de piel le cuelgan del contorno de la boca a modo de bigotes chinos, desde sus aletas branquiales dos gruesas espinas en forma de cuernos son una amenaza latente y muy dolorosa para la víctima, el cuerpo achatado y robusto habla de su gran fuerza y resistencia. Es un piscívoro inigualable, hacen falta muchos kilos de peces para saciar su voraz apetito. Cuando el Zúngaro pesca, las otras especies prefieren marcar distancia.

En el tambo Shapiama está cenando plátanos sancochados con sal. También él es un piscívoro, digno rival del Zúngaro atigrado que domina en la desembocadura del Tocache. Las raciones de pescado salado ya  se han agotado. Los trabajos urgentes del campo no le han permitido ir al río a pescar con el anzuelo. Recuerda la última vez, que estuvo en la desembocadura del Tocache, se cruzó con la silueta de un Zúngaro que nadaba velozmente  bajo la canoa. Está proyectando seriamente en andar a pescarlo. Si llegara a pescarlo, se aprovisionaría con su carne por varios meses.

Es tradición en la selva, para tener suceso en la pesca y la caza, el ingerir un brebaje preparado en base a hojas, lianas, cortezas, raíces y resinas de plantas nativas bajo el estricto cuidado de un curandero especializado. Shapiama ha visitado al curandero y bajo su estricta vigilancia ha bebido el brebaje y lo ha dietado tal como indican los ritos: alimentarse con plátano verde asado, nada de sal, nada de azúcar, nada de sexo, ni sol, ni viento por cuarenta días. Según la misma tradición la ingesta del brebaje servirá a neutralizar el olor natural del cuerpo del hombre, de tal modo que los peces, aves y animales no lleguen a percibirlo e identificarlo, siendo así fácil presa del pescador o cazador. Shapiama, después de haber cumplido la dieta, está apto para ir a pescar al Zúngaro.

La luna llena alumbra el bosque y el río Huallaga es una senda plateada que se interna en la penumbra boscosa,  abriéndose suavemente al avance de la canoa que se desplaza silenciosa, al ritmo de los delicados movimientos de remo dadas por las hábiles manos de Shapiama.  Shapiama lleva en la canoa un gran anzuelo, una carnada especial preparada con un pollo tierno bien condimentado y frito y doscientos metros de cordel de pescar número ocho muy resistente; el inseparable machete y una retrocarga.

Al llegar a la desembocadura ata la proa de la canoa con nudo corredizo al tronco de un árbol; ata también uno de los extremos del cordel de pescar al hueco en la popa de la canoa, y el otro al cabo del grueso anzuelo con nudos muy especiales, aprendidos de su padre. Ensarta  con manos hábiles el anzuelo en el delicioso cuerpo del cebo.

 – “Con este bocadillo, no te harás de rogar pejesapo..." - piensa y se relame mientras concluye  la faena.

Con sincronizados movimientos rotatorios  lanza el anzuelo, ya con el cebo, a las aguas del remolino. Camuflado debajo la sombra del árbol, sentado en la popa, mientras mastica un puñado de coca, observa las siluetas brillantes de los numerosos peces que saltan fuera del agua para alimentarse con los también abundantes insectos que sobrevuelan la superficie del agua. Bastaría con echar la tarrafa para pescar en abundancia, pero no, él no ha venido a una pesca común, él ha venido a pescar al Zúngaro.

El Zúngaro está en las profundidades dándose un gran festín, basta con abrir sus fauces para tragar y muchos  kilos  de peces vayan a  su sistema digestivo. ¿Será ésta sea su última cena?. La carnada ha llamado su atención, flota por sus narices despidiendo su aroma a pollo frito bien condimentado.  El gran pez, nada en grandes círculos como jugando al gato y al ratón, los otros peces le ceden el espacio para no interferir. Shapiama lo ha sentido desplazarse debajo de la canoa y está rogando que el brebaje lo haya purificado y le otorgue fortuna. La coca le ha estado hablando con dulzura. Probablemente el Zúngaro no resista a la tentación y muerda el anzuelo.

Los primeros gorjeos de las aves y el canto lejano de un gallo anuncian el amanecer de un nuevo día. El amanecer disminuirá las probabilidades para que  el Zúngaro muerda el anzuelo. Y Shapiama  lo sabe,  se está arrepintiendo de haber escogido pasar la noche en vela y en vano, soportando la inclemente picadura de los abundantes y hambrientos zancudos que lo han atacado sin tregua.

Interrumpiendo su apresurado arrepentimiento, un violento tirón de la proa dada por el cordel, lo desequilibra y tumba boca abajo haciéndolo deslizar de bruces  hasta el otro extremo de la  canoa.

 En lugar de asustarse – “¡Ha picado..., ha picadoooo....!"- grita de alegría. 

La fuerza del tirón hace que la canoa se desate del nudo corredizo que lo sujetaba al árbol y navega vertiginosa jalada por la fuerza descomunal del Zúngaro; al casi volcarse la canoa deja caer al agua el machete y la retrocarga que  se sumergen en las profundidades del río Huallaga. Los remos son los únicos que flotan, pero se  alejan veloces en la corriente en sentido contrario al de la canoa. El Zúngaro jala río abajo, jala río arriba, jala a la izquierda, jala a la derecha,  tensa  la cuerda atada a la popa.

Después de dos horas de tirar la canoa río abajo y río arriba y vadearla otras tantas, el pez va cediendo poco a poco. El gran pez parece agotado. Llega el turno de Shapiama que lentamente, con paciencia va recuperando la cuerda un poco a la vez. Breves forcejeos entre el hombre y el pez: la cuerda se tensa, la cuerda se afloja. Y finalmente la cuerda se desplaza ligera, sin ofrecer resistencia. 

El pescador está dudando – “ ...no será que el majadero, se haya soltado..." – sospecha iracundo, en vano se martiriza y amarga. En efecto, tiene en sus manos el anzuelo desnudo y un rasgo de carne sanguinolenta 

– “Ah, de razón no había continuado a forcejear, ese hijo de ..." - Se lamenta de su mala suerte y duda del efecto benéfico del brebaje y de la pérdida de tiempo y sobre todo de haber dejado sola por toda la noche a su joven y exuberante mujer.

Resignado a su mala suerte busca los remos y al no encontrarlos, rema con las manos para llevar la canoa a la orilla, para proveerse de una vara y usarla como tangana para llevar la canoa de regreso al tambo. ¿Qué cosa le diría  a su mujer? Tal vez ella no le crea que ha pasado toda la noche en el río. Podría pensar que se la paso en los brazos de la amante. O peor aún que se fue a la gran fiesta del pueblo.

Para su sorpresa, sus manos tocan una gran cabeza aplanada, fría y resbaladiza . Al mirarla, se da con la sorpresa, que es la del Zúngaro. Está al costado de la canoa, mirándolo mansamente con sus pequeños ojos, sin fuerzas, como perro azotado implorando su perdón, moviendo sus aletas branquiales y su gran cola, resignado a su suerte y rendido a la astucia del pescador, del brebaje y de la complicidad de las hojas de coca que han maquinado en su contra.

Shapiama muy contento, busca la retrocarga o el machete para ultimarlo. Al no encontrarlos, no sabiendo como atrapar al pez,  se lanzó al agua y abrazó con mucha dificultad aquel baboso cuerpo resbaladizo. Quién los habría visto en aquella actitud, habría pensado en dos grandes amigos después de una gran juerga nocturna, extra pasados de alcohol.

Se encariñó tanto después de aquel forzado abrazo y de ver la sumisión de la gran presa y de verlo malherido, sangrante, y sin fuerzas para continuar viviendo. Si lo dejara libre tal vez muera inútilmente, mejor sería subirlo a la canoa. No resistiendo a su instinto piscívoro lo sube  a su canoa y se lo lleva al tambo. Su mujer muy contenta preparará con la cabeza un delicioso chilcano. 

Desde el plato vuelven a mirarle esos pequeños ojos, antes lo habían mirado con ternura rogando su perdón, y ahora esos ojos yacen opacados, sin vida y sin significado.
A Shapiama lo conmueven esos ojos, se  niega a probar el chilcano y tal vez ya no vuelva a pescar jamás.

Autor: Jíbaro

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